-"Tengo pánico de dormirme"
Dice, introduciéndose en un diálogo mental o monólogo interno.
-"Tengo pánico de quedarme dormida y no despertarme más"
Dice, mientras se masajea el hombro izquierdo, donde siente una molestia.
-"Dicen que el aura de el infarto es un dolor en el pecho que se extiende al brazo"
Apoya el brazo en la cama, molesta, lo acomoda, lo vuelve a acomodar.
-"No sé cómo es el dolor del infarto, Laura tuvo uno, pero no lo resistió"
Comienza a inquietarse, se da vuelta, se acomoda boca abajo.
-"No, mejor me pongo boca arriba, así no escucho los latidos"
Y vuelve a darse vuelta.
-"Si me muero acá, van a pasar días hasta que alguien me encuentre.
No es realmente la muerte lo que me genera tanto miedo, no el momento de morir...
es, más bien, mi desaparición del mundo lo que me aterra. El Silencio Total. La ausencia"
Parece que es ese el punto de no-retorno. O el del eterno retorno.
-"Me muero de sueño. Y no me puedo dormir. No me puedo morir, no `de sueño´"
Los pensamientos comienzan a deshilacharse
-"Más que el orgasmo, es el sueño, el dormir, la pequeña muerte de cada día"
No quiere abrir los ojos. Es retroceder un paso.
-"Quiero quedarme dormida, y, a la vez, no quiero quedarme dormida"
Gira a la izquierda, gira a la derecha.
-"Debería basarme en la experiencia empírica. Siempre que me dormí, me desperté.
Claro, esta vez podría ser la excepción, pero estadísticamente no es lo esperable.
Aunque probablemente las estadísticas no sean aplicables en este caso:
si es cierto que existe tal estado como la muerte, sucede por única y última vez.
Basta esa única excepción para que se dispare el terror. Porque es irrevocable."
Evidentemente, la única solución implementable consiste en un acto de fé,
en la pura creencia de que, si es cierto que se ha de morir, no irá a suceder en la víspera.
-"Estoy cansada de dormir sola. Me pierdo en toda esta cama.
Se duerme más tranquilo cuando se duerme acompañado"
Toma la almohada vacía y la abraza, con la ilusión de que ayude a ahuyentar a los fantasmas.